Cuando volví aquel año al colegio tras esos días geniales por Reino Unido, sentí que volvía con el mejor inglés del planeta y me sentía segura de mi misma. En mi mente autista, mientras la gente perdía el tiempo en mi ciudad, yo había aprovechado para mejorar habilidades y eso me hacía sentir bien.
Antes de la vuelta si vi una vez a alguno de mis compañeros de mi famoso grupo de “amigos no amigos”. Había sido el cumple de una de ellas y bueno, seguí sintiéndome algo fuera de onda. Lo disimulaba bien siendo espontánea, pero eso funcionaba siempre y cuando no dijeras ninguna chorrada. Situación que no siempre estaba bajo mi esfera de control.
Al llegar ese primer día a clase, me sentí rara viendo que no sabía donde sentarme. Ya sabéis la gente suele sentarse al lado de quien se siente bien. Yo no veía nada de eso. Alcé la mirada y vi como había una chica nueva “O” se llamaba. Como no la conocía nadie, empecé a sentarme con ella pensando que estaría bien empezar de cero con alguien así, sin embargo, la perfecta decidió hacer más o menos lo mismo. Y ahí empezó una sensación rarísima.
Fue un año difícil la perfecta no es que fuera antipática, pero tenía la sensación de que lo tenía que acaparar todo. Con “O” inicié una amistad bastante guay. No obstante, aunque en la edad adulta hemos coincidido en la carrera y alguna que otra vez aislada, nunca conseguí quedar más que un par de veces aisladas. Ella junto a la perfecta hicieron un duo del que poco a poco me sentí desplazada. Al mismo tiempo, “O” empezó a juntarse con otro grupo de niñas que eran de adolescencia avanzada (entenderme con esa edad ya empezaron que si a beber, salir alguna noche, etc).
En ese interín y viendo que mi grupo, aunque me llamaban, pasaban de mi, seguí hablándome con otras dos niñas del cole. Quedábamos y eso estaba bien. Conservaba mis amistades femeninas del anterior, pero tenía más opciones de que me llamaran.
Esa es otra, los padres, deberíais replantearos el tema de que llamen tanto o no iguales. En mi caso, solo quería conseguir opciones de planes. Y si, los acabé consiguiendo, pero con gente que no me terminaban de hacer sentir bien. Seguía sintiéndome vacía y sola. Tanto es así que con estas dos últimas, una de ellas, se pensó que intentaba quitarle a un noviete y dejaron de hablarme. Si, nuevamente era una paria social.
En todo este maremágnum de idas y venidas, mis notas bajaron pero no sustancialmente. Intentaba mantenerme en el punto óptimo medio pero era casi imposible. Si no defraudaba a unas personas hacía lo propio con otras. En este contexto, apareció mi primer gran enamoramiento romántico “B”.
Lo conocí ese año en navidades porque era primo de uno de la pandilla de casa. Era guapete pero el típico que actuaba como por encima de su edad. A los 13 ya tenía el cuerpo que igualmente tiene a día de hoy en cuanto a altura y tamaño. Era una gran persona con una situación compleja. Su hermano tenía una discapacidad y eso le hacía sentir a veces desplazado en su familia por las necesidades que aquel presentaba. No me malinterpretéis, él adoraba a su hermano, pero sentía que debía también de ayudar y apenas les hablaba de sus ilusiones, necesidades y otras cuestiones. Creía que su hermano necesitaba toda la atención para que le fuera bien.
Ambos en cierto modo andábamos un poco “rotos” y solos por la vida. Fue una semana fantástica donde me di mi primer beso de verdad y sentí felicidad por tener a alguien. Cuando la semana terminó, me sentí muy sola. Por eso, decidió mandarme un móvil propio para hablar con él sin que mis padres me controlaran demasiado los horarios.
Como podréis imaginar al principio fue muy bonito. Tuve mi primer ramo de rosas por san Valentín. Mis primeros mensajes de amor. Y día a día íbamos hablando. El problema vino cuando empezó a llamarme por las noches. Nos podíamos tirar horas y horas hablando, hasta la una, dos o tres de la madrugada.
No obstante, tras una semana santa en la que vino y nuevamente sentí magia, las cosas se empezaron a poner un poco feas. Ya las llamadas no eran por gusto sino impuestas. Si no sabía de mí, se enfadaba o decía que le habían sucedido cosas en mi ausencia. Empecé a sentir verdadero agobio.
Paralelamente, en el colegio, las cosas no mejoraban. La clase en general se metía conmigo, salvo unos pocos a los que de vez en cuando ayudaba con alguna tarea. Mi ex estaba demasiado centrado en su propio idilio psicológico que jamás sucedería con la perfecta y yo estaba exhausta tanto de “B” como del colegio.
Si algo empezó a acompañarme desde el capítulo II, es la necesidad de huir constantemente de la realidad y de lo que vivía. Cualquier otro lugar era mejor que aquel en el que me encontraba. Mis quedadas ya me las tomaba como un examen social donde podía percibir la tensión. Todo el mundo me miraba y parecía desear que cometiese algún error. Aun me cuestiono como no lloré más. Por lo menos seguía teniendo al sector femenino de mi grupo originario.
Llegó el verano nuevamente y por fin reuní el valor de romper con “B”, quien como conocía a mis amigas, decidiría dar entrada al próximo curso liándose con una de ellas y saliendo con ella. Creo que en algún momento pensó que me molestaría o algo, la verdad es que no demasiado. Para mí ya era demasiado.
Aquellos veranos de los que no hablo mucho, pasaron sin pena ni gloria. Lo poco que permanecía en la pandilla, acababa liándola. Siempre me gustaba algún chico, que si lo pienso ahora creo que no me gustaba tanto, y era con la idea de tener a alguien con quien sentirme cómplice y menos sola. Trataba de copiar comportamientos de cualquiera, pero nada funcionaba.
En esta etapa finalmente, empecé a sentirme que estaba rota, aunque aún me quedaban las notas y una media bastante buena para sentirme bien. Todavía tenía el aprecio de determinados profesores, como el de matemáticas que tenía un humor muy irónico y verdaderamente sentía que nos llevábamos bien o una de las de Lengua, mi tutora más adelante, que era maravillosa. Otros no los podía ni ver, ni podré hacerlo nunca (aun recuerdo a uno preguntándonos sobre si nos masturbábamos y que nos sintiéramos libres de preguntarle, cosa que lo pienso y me parece fuera de lugar).
Cuando parecía no encontrar ni un rayo de luz, empecé a conocer a mi amiga “T”. Conectamos desde el primer momento, lástima que fuera a mitad de curso. Para cuando me quise dar cuenta, me comenta que su familia se muda a Estados Unidos y que no seguiría el curso siguiente. Volvía sentir todo el peso de la gravedad sobre mi. De todas aquellas chicas con las que debía disimular y sentirme examinada, con ella, era fácil ser yo y ahora se marchaba también. Siempre tenía la sensación de que o bien apartaba a las que parecían poder encajar conmigo, o la propia vida hacía que nos separásemos. Así, con la promesa de seguir en contacto por carta y Messenger en cuanto tuviera conexión, se fue una de esas amigas que aun hoy considero una hermana y con ella parte de mi. Creo que nunca lloré tanto como el día de su despedida. Siempre se me ha dado mal decirle adiós cuando ha venido a verme más adelante. Estar con ella es sentir paz mental.
De repente me veo que en tercero de secundaria debemos elegir nuestro futuro. En España es un momento donde puedes elegir optar por hacer más adelante bachillerato de arte, letras, sociales, tecnológico o ciencias puras, donde básicamente cambian algunas asignaturas tendentes al posterior examen de acceso a la universidad y a tu futuro.
En ese momento, estaba muy de moda Anatomía de Grey, tanto “T” como yo nos gustaba vernos los capítulos y comentarlos. Nos escribíamos a menudo, tanto por Messenger como por carta, mínimo semanalmente. A pesar de la diferencia horaria, siempre encontrábamos un hueco de una forma u otra. Ella me hablaba de la vida allí, del racismo al que a veces se enfrentaba y de su adaptación a un Instituto muy alejado a lo que era la vida en mi ciudad. Yo le comentaba desde mis pequeñas ilusiones hasta cualquier anécdota del día. Apenas le decía lo sola que me sentía al principio. Una parte de mi estaba convencida de que ella estaba sufriendo con ese cambio mucho más que yo y que lo que necesitaba era sentirse feliz, así que evitaba en la medida de lo que podía mensajes negativos. No obstante, de vez en cuando, cuando ya no podía más, me desahogaba o le hacía saber que la echaba de menos y que me sentía algo sola. Pero creo que jamás se ha podido imaginar el vacío que sentía en esos momentos.
Y así, con nuestras ilusiones y vivencias, vivíamos nuestras propias pequeñas sitcoms, con sus dramas y todo, y banalizábamos situaciones desagradables. Como podréis imaginar elegí ciencias. Muchos de esos profesores que me apreciaban me animaban a ello por mi media de notas. Lo que ninguno se fijó en esos años, es en esa leve bajada de la media, y como aquello podía ser síntoma de una depresión. Yo actualmente lo tengo claro. Sufrí una depresión y ansiedad, derivadas de mi falta de diagnóstico y del acoso escolar, que no se aun como supe sobrellevarlas.
Y así en este contexto empecé mi curso de cuarto de secundaria, y como era de esperar, con mi inestabilidad emocional y falta de recursos, empecé a suspender estrepitosamente. Me vi en una clase de cuarenta (antes éramos dos de veinticinco) con la mayoría de los que se metían conmigo, absolutamente sola. Entraba a diario esquivando zancadillas, insultos, bromas pesadas y demás situaciones dolorosas. Pasé de ser una chica inteligente a no ser ya absolutamente nada. Pasados dos meses no podía más. No podía asumir que lo perdía todo y le supliqué al jefe de estudios, mi profe de matemáticas, que me cambiara a sociales. Que me había equivocado, que no valía para aquello y que lo había pensado muy seriamente. Aquello no tenía sentido alguno. Y nuevamente, como forma de huir de todo el dolor, hice algo que no se si fue correcto o no, simplemente lo asumí. Me asumí como un fracaso que jamás podría estudiar una carrera de ciencias y que, sobre todo, jamás podría estar en esa clase.
Por todas esas horas de dolor, mis horas de estudio en casa se transformaban en horas de lectura en inglés y en horas de soñar con otras cosas del futuro o cualquier historia que inventase mi cabeza. Salir de la realidad era mejor que vivir en ella. En mis horas de clase hacia un poco de lo mismo a escondidas. La única suerte del cambio es que al ser todo más bien memorizar, solo tenía que prestar verdadera atención en matemáticas para no perder el curso. El resto entre horas y cuando no hacía aquello, me lo iba aprendiendo.
Si me preguntáis si en algún momento disocié no lo se bien del todo distinguir. Solo se que una parte de mi no se sentía parte de esa realidad. Y estaba decidida a en tres años escapar de todo aquello. Romper con todo y en el fondo, sin saberlo, nuevamente huir.
Allí no había lugar para mi.